No sé como entré aquí, ni como he llegado a este lugar en el que me encuentro. Solo sé que sucedió. Vi un jardín tan hermoso que quise pasear por él, adentrarme en sus secretos y compartir esos otros que había en mi interior. Desde fuera no parecía un laberinto ni había nada que lo indicara, solo era un hermoso jardín. Lo sigue siendo. El hecho de verme atrapada en él no le resta hermosura, aunque algunos días reniegue de esta situación, sobre todo al principio, cuando me di cuenta de lo que sucedía. Poco a poco he ido aprendiendo a amarlo, a hacerme una con cada seto, con cada árbol, con cada flor, con todo lo que es y con todo lo que me muestra, el miedo se ha ido disolviendo con el transcurrir del tiempo.
Recuerdo
que al entrar no traía nada, más que las llaves de casa en un bolsillo y un
chal de suave hilo sobre mis hombros casi desnudos. ¡Qué lugar tan agradable!
Pensé ¿Cómo no lo he visto antes? Después me arrepentí de este pensamiento
cuando la desesperación empezó a apoderarse de mí.
El
día a día fue una lucha constante en ese primer tiempo, ahora comprendo que la
lucha era conmigo misma. Todo parecía en mi contra.. De día me asustaban los
pequeños insectos, las abejas que se posaban en las flores y que yo veía como
enjambres dispuestas a acabar conmigo. De noche eran los pequeños roedores los
que me sacaban de mí y gritaba como si fuera su manjar para ese momento.
No tenía nada que comer o al menos yo no
lo veía. No tenía agua que calmara la sed producida por tanto esfuerzo. No
encontraba la salida y solo podía andar, correr sin saber por dónde ni hacia
dónde, pero sentía que solo podía continuar hacia adelante. Así llegué al
centro donde la oscuridad era absoluta, donde el miedo hizo mella y se apoderó
de mi alma. Recordé las historias que me contaban de niña donde un Minotauro
devoraba cada cierto tiempo a catorce jóvenes, siete mujeres y siete hombres,
Hubo un momento en que le vi. Pude ver tan cerca de mí aquella boca abierta
llena de dientes fuertes y grandes que hasta casi olía su desagradable y fétido
aliento. Me devoraba, me tragaba sin remedio y grité y lloré pidiendo ayuda al
cielo, pero no había nadie, solo yo, ante lo que parecía una cueva tan oscura
como el abismo más negro y que desató toda la oscuridad que yacía en mi
interior, hasta que me rendí y me di cuenta en un atisbo de cordura o en
momento de lucidez, o… que el miedo no era el camino.
1 comentario:
Como diría la canción de Bunbury: "Al frente un precipicio y los lobos a la espalda; en realidad nunca me perdí siempre elegí el camino correcto"
Así es como caminamos en la vida, con miedo al futuro y acojonados por el pasado. Pero como bien dices el camino es el camino. Ni el miedo ni la alegría ni la lucidez ni la pereza ni siquiera la felicidad son el camino, porque todas esas cosas son paisajes y el camino es el camino.
Para tal astilla hacía falta un palo muy grande. :D
¡Un beso!
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