Hoy es un buen día. El sol brilla bajo un cielo azul y se deja mecer por unas nubes violetas que amenazan tormenta y perfila sus bordes de un blanco nacarado, intenso y resplandeciente. Sopla una ligera brisa que llega a mí, húmeda, llena de un olor a tierra repleta de agua.
Me gusta andar por estos caminos lejos del ruido de la ciudad, con este sol de las tardes llenas de primavera. Todo es abundancia de colores, de frutos, de aromas, de agua, de luz.
¡Quien sabe que pies han pisado estos caminos hoy vacíos, que pueblos han vivido estos lugares hoy deshabitados, que pasiones encendieron corazones que ya dejaron de estar! Los días son largos, claros, y el campo se ha puesto su mejor traje. Todo está verde, y entre la hierba, flores de todos colores y tamaños salpican y alegran el paisaje. Parece que todo está en silencio pero la vida me habla por todos sitios. Voy caminando a través del romero, el tomillo, la ruda, el hinojo... y poco a poco me voy acercando hacia ese lugar que me hace estar en calma, esa gran piedra que se inclina a la tierra y parece desafiar la gravedad. Nunca me he acercado tanto, siempre la he visto desde lejos, desde arriba. Desde aquí abajo parece un gigante besando a la Tierra, imponente y dulce a la vez. Los grajos revolotean y llenan con sus graznidos este silencio. En la quietud y la belleza que me brinda este espacio, me siento pequeña y grande al mismo tiempo. Apenas me doy cuenta de dónde estoy. Este lugar es tranquilo, solitario, lleno de historias, de vidas que se fueron, de luchas sin sentido, de romances que impregnaron sus rincones. Cada historia apenas tiene importancia por sí sola, la adquiere cuando se convierte en una pequeña historia de otra mucho mayor. Solo somos piezas de un puzzle, viviendo las vidas escogidas para encajar en el sitio que hemos elegido estar.
Veo una hendidura entre las rocas que nunca ví antes y quiero ver donde me lleva. Aparto las ramas con suavidad y con decisión. Poco a poco voy habituándome a la oscuridad que llena este lugar. Me siento en la arena fina y dorada que tapiza el suelo de lo que parecía una gruta oscura y salvaje que se va llenando de luz propia. Me habituo a ésta lúcida oscuridad y me encuentro libre del mundo, libre de mí. Empiezo a distinguir plantas distintas a las que había fuera, árboles que no conozco,animales llenos de belleza...Una mariposa blanca y violeta revolotea a mi alrededor y pasa de largo ante mí. Un mirlo parece darme la bienvenida a este lugar, me mira y parece decirme que lo siga.
No sé donde estoy ni qué hago aquí y sigo el camino que me muestra este oportuno amigo, un camino que parece que se acaba antes de empezar. Hay dos piedras ante él, grandes, inmensas, como dos guardianas ancestrales de memorias. Al pasar entre ellas el aire es distinto. Siento mi cuerpo envuelto en este aire denso, suave y dulce que me resiste y me ayuda a pasar. Todo cambia. El cielo es más azul, más claro y más limpio, el verde de las montañas varía de un momento a otro y sigo caminando por un arroyo. El lecho esta limpio y puedo ver los guijarros de todos los tamaños ya pulidos por el tiempo y el paso del agua, fresca, clara y transparente. Es hermoso sentir la fuerza del agua en mis pies descalzos. tan hermoso como seguir andando por la arena del camino que me lleva no sé donde. El bosque llena de música el aire, con una melodía de hojas y trinos y brisa que deja a su paso estelas de colores suaves y alegres. Me adentro en él. Sigo escuchando el río aunque no lo veo. Mis pasos entre las hojas caidas y la hierba que cubre el suelo parecen crear una danza que solo mi cuerpo conociera. Observo que el paisaje cambia, el camino ya no es el mismo, la hierba ya no está y la arena ha dado paso a piedras planas, lisas y brillantes bajo la luz del sol, el bosque quedó atrás y por encima de mí solo hay rocas. El silencio vuelve a cubrirlo todo.
Miro al cielo y siento el aire puro que llena mis pulmones, mi cuerpo, y siento con fuerza la suavidad y la dulzura de alguien junto a mí. Todo se vuelve oscuro, como si de pronto hubiese caido la noche sin aviso previo, una noche oscura. No hay nada. Un gran vacío dentro y fuera de mí. Un gran agujero que me atrae. Me resisto. Sé que no tiene sentido y me dejo llevar...
Siento que mis pies se han quedado dormidos y que mis manos empiezan a enfriarse, mientras que, sentada en una roca , miro el sol que casi se está perdiendo en el perfil del horizonte. Un sol dorado que parece desangrarse en este atardecer.
Poco a poco comienzo a caminar de nuevo en dirección a ninguna parte. El olor a tomillo lo llena todo a mi alrededor. Respiro hondo, hasta sentir la vida. Todo acaba y todo empieza cada vez. Cada historia apenas tiene importancia por sí sola, la adquiere cuando se convierte en una pequeña historia de otra mucho mayor...
4 comentarios:
Un paseo precioso Tere. Me ha encantado oler el tomillo y el romero, incluso notar la mariposa y al mirlo. Un paseo delicioso y lleno de color.
Besicos muchos guapa.
Todo empieza, todo termina y por sí mismo vuelve a aparecer. He paseao contigo por esos sitio pero... ¿Dónde están los animales?
Toda una sorpresa reencontrarte, ahora en el mágico mundo de la palabra. Enhorabuena por tu blog...y por toda tú. Un abrazo
Gracias por vuestros comentarios. Me alegra que os guste pasear conmigo por estos mágicos y desconocidos lugares.
Rove, los animales no quisieron salir esta vez, los dejaré para otro paseo, al final resulta que son un poquitin timidos, jajajaja. Besicos muchos.
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