Es un día precioso
de principios de noviembre. Los colores del otoño se pasean por el paisaje que
se abre a cada momento como un libro de cuentos de hadas. Aunque parezca una
ilusión, es real, o al menos eso parece. A veces dudo donde se encuentra la
realidad y donde la fantasía. Descalzos, con los pies en la tierra, despedimos
al sol, o quizás es él quien dice hasta mañana, y se va por caminos celestes
girando sobre sí mismo en remolinos de colores, desdoblándose en el horizonte,
en una danza hermosa, plena de atardecer. Los colores se difuminan y van
perdiendo el vivo color de la luz. El perfil de las montañas se dibuja en
blanco y negro y tras ellas, la luna, redonda, llena, engalanada de nubes y bordeada
de estrellas muestra un firmamento que se va llenando de misterio. La noche
comienza a cerrar las puertas del día para volver a abrirlas dentro de poco, y
mientras, mezcla los colores en el odre
de la ilusión para volver a sorprendernos con ellos en un nuevo amanecer. Al
volver a casa, en silencio, todo es distinto. La magia cobra vida y todo puede
suceder.
Me siento en el
sofá, me cubro con las enaguas de la mesa y poco a poco el calor me va
abrazando y hace que me sumerja en esos otros mundos donde solo a través del
ensueño se puede llegar.
No sé cómo,
(supongo que me quedé dormida), veo desde arriba lo que podría ser una ciudad
medianamente grande. Veo, que, como en un día normal y corriente, las personas
van, vienen, de prisa, despacio, comen, beben, ven la tele, oyen la radio,
conducen, se miran aunque no se ven, cantan, bailan, se besan, se abrazan,
hablan con teléfono o sin él, hablan, hablan, hablan de lo que pasa, de lo que
dicen, de lo que es, de lo que puede ser, de lo que quieren ser... pero
realmente no se escuchan, ni siquiera a ellos mismos. Apenas se ven de verdad
como lo que son: Seres Humanos, pura energía de Amor. La rutina de cada día
sigue en cada quién, nada cambia de verdad, dicen de hacer pero no hacen, no
son conscientes de la vida que viven ni de lo que hacen en ella. No se dan
cuenta de nada de lo que sucede ni en ellos ni a su alrededor. Son luces que
van de un lado a otro sin darse cuenta del recorrido que hacen. Entre ellos hay
quienes saben, ven, piensan, sueñan y creen que el mundo es energía al igual
que ellos, que todo. Todo es energía. Saben usarla y utilizarla. Transforman
todo con el poder de su mente a través de esa energía que hay en ellos y de la
que son conscientes, esa energía que está en todo y de la que forman y formamos
parte. Algunos manejan, manipulan a otros en beneficio propio y veo también
como además, hay otras, en menor número, en las que ese poder de la mente lo
han unido al poder del corazón y su luz alumbra al mundo. Generosos, humildes,
sabios, profundos y sencillos que pasan por completo desapercibidos, como uno
más dentro de la multitud. Estar a su lado, mirar sus ojos... transforman mi
vida, la vida. Era precioso ver esas luces, porque eso eran. Cada una de ellas
era una luz clara, cálida, que daba color y calor por donde pasaba. Volví a
verme en el sofá, con las manos juntas, lágrimas en los ojos y una oración, que
no recuerdo, en los labios.
Al despertar pensé: ¡Quiero cambiar, claro que quiero! Y de pronto siento que lo importante realmente es aceptar la vida como es y aceptar lo que me ofrece dándome cuenta de que en algún momento lo he pedido. Todo ES, bueno o malo depende solo de cómo yo lo vea. De pronto me doy cuenta de que si quiero cambiar mi forma de ver a las demás personas es porque no me acepto a mí misma tal y como soy, si pido armonía a mi alrededor es porque algo en mí está desarmonizado y tampoco lo acepto. Si pido un deseo y lo consigo, pido otro y vuelvo a conseguirlo y… creeré ser más feliz, pero en realidad, pidiendo uno tras otro, solo volveré a entrar en el juego de la mente. La felicidad está en mí, no en el espejismo que se me muestra. Solo cada persona por sí misma puede ser feliz aceptando lo que la vida le pone en las manos y en el corazón. No hay que buscar nada, ya Somos, solo queda aceptar lo que Somos.
En el libro “La vía del tarot”, dice Jodorowski en el capítulo de La Dama Muerte: “Si te das prisa me alcanzarás. Si frenas te alcanzaré. Si andas tranquilamente, te acompañaré...Soy tu sombra interior, la que ríe detrás de la ilusión que llamas realidad... Soy la madre que no deja de darte a luz...Tu ser divino e impersonal no puedo devorarlo, solo engullo los egos...no soy de ti, sino que soy tú... Identificándote con tu consciencia me tendrás miedo. Sacrificándola, cediéndome la última de tus ilusiones- esa mirada que todo lo quiere y cree ver sin ser nada- me vencerás... en mi extrema negrura, soy el ojo de ese impensable que podrías llamar Dios. También soy Su Voluntad... Soy la puerta divina: quien entra en mi territorio es un sabio, y quien no puede cruzar mi umbral conscientemente es un niño miedoso acorazado en sus detritos. En mí hay que entrar puro: deshazte de todo, deshazte incluso del desasimiento, aniquílate. ."
Al leer esto, veo esa profundidad de la Nada, ese Vacío total y absoluto donde Todo nace y se vuelve a hacer presente. Ella es la madre que nos acuna para que despertemos de la ilusión, la Dama que nos ayuda a abrir la puerta del eterno desengaño, la sombra que a cada momento nos muestra nuestra Luz, esa hermosa compañera de viaje que nos empuja y nos hace conscientes de la Vida con una sola condición...¡que nos abandonemos a ella! En la Nada no hay deseos, solo desapego y aceptación. Y en el Vacío, solo hay Plenitud. Por eso, a veces, me costaba tanto resistirme y no empujar la puerta que me hacía volver. Añoraba lo que creía que había dejado atrás.
Hoy sé que no es dejar atrás mi cuerpo, sino mis
egos, lo que me va a hacer realmente libre y feliz. Esté donde esté, vaya donde
vaya, siempre estaré en Casa. Hoy, voy haciendo crecer mis raíces, esas que me
ayudan a sostener con fuerza unas ramas
frondosas y bellas. Hoy me siento vacía porque sé que en mi interior está todo
cuanto necesito. Hoy siento esa soledad que es la del guerrero, que después de
perderlo todo te dice: Lánzate a la Nada, muere en ti para poder renacer,
acepta todo, tu sombra y tu luz. La tuya y la de los demás seres que habitan en
el Universo y en ti misma y alégrate a cada momento porque solo así la llama de
tu corazón puede brillar con fuerza de nuevo. Hoy aprendo a dejar de juzgar, a
desaprender lo aprendido, a abrir las puertas sagradas que hay en mí para dar y
recibir con amor lo que la vida me ofrece, a disfrutar, a gozar como lo hacen
quienes nacen y vienen a recordarnos que
la vida es Amor. Esos seres que vienen a mostrarnos de nuevo el camino
para ser felices y a decirnos con el ejemplo que seamos como niños, como niñas
que despiertan a cada momento, que viven cada segundo, que se sorprenden porque
todo es nuevo. Cada despertar es un nuevo día.
Ahora sé que el
poder de la mente es grande, pero que cuando se une al poder del corazón es
sublime. Y cuando lo que sé, lo que pienso y lo que siento están alineados,
entonces es cuando verdaderamente despierto a la Vida.
Las horas van
pasando, y la noche, como un jaguar oculto a las miradas, ya ha recogido todas
las sombras bajo su manto, se repliega sobre sí misma, mira en su interior,
busca, abre la caja donde guarda su tesoro y ve que los colores ya están
mezclados, solo queda soplarles suavemente desde dentro. Entra despacio y
siente como se va perdiendo y al hacerlo, se convierte en mago. Abre la puerta,
extiende su capa y nace de nuevo el día.
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