El cuarto estaba en penumbra, el resplandor de la luna se filtraba a través de la ventana entreabierta. Hacía calor esa noche de verano pero eso no importaba a Clara que dormía tranquila y apaciblemente mientras que una sonrisa se dibujaba en su rostro dándole un aire infantil y tierno. Soñaba. Estaba en el borde de un abismo y allí, justo allí, se encontró con ella misma. Una mujer distinta a la que creía que era. Una mujer libre, tierna, confiada, apasionada, alegre, con una visión nueva de la vida. Poco a poco se fué despidiendo de su pasado y de su carga que tanto le había dolido. Lo dejó ir bendiciéndolo y agradeciéndole en el alma todo lo que le había dado. Ese pasado le hizo tener la fuerza que hoy necesitaba, a veces fué piedra y a veces agua, valerosa y llena de luz y de cariño. Despidió con amor a esa mujer asustada durante taaanto tiempo aunque no cobarde, triste aunque no sufrida, sumisa y obediente. Se alegró de pasar por donde había pasado, se alegró al ser como había sido, una parte de ella misma a la que hoy reconocía, agradecía y bendecía su compañía y su cariño durante tantos años. Con ternura daba paso a esa otra Clara que estaba escondida y temía salir del fondo del corazón por temor a que los demás le hicieran daño. Estonces reconoció cuanto daño se había hecho a ella misma y se perdonó cada momento de miedo y desamor. A partir de ahora, y aunque no sabía como, se encontraba dispuesta a fluir con la vida a cada momento, en cada situación, con cada ser que se encontrara en su camino. Decidió vivir libre por fin de sus ataduras, de sus complejos, de sus timideces, de sus "peros" que no eran más que miedo al camino y al cambio. Creyó llegado el momento de ser ella misma, valorada, respetada, perdonada y amada, con ese amor que salía de su corazón, con esa alegría que rebosaba en su alma. Se encontró libre para vivir y ser vivida, para amar y ser amada, para gozar y disfrutar de cada segundo, de cada aliento, de cada abrazo, de cada tempestad y de cada calma.
Se lanzó por aquél abismo sin saber muy bien a qué lado se dejaba caer ni qué había en ese camino por donde rodaba, rodaba y rodaba. No supo cuando paró, se incorporó y empezó a caminar. Solo sabía que había paz en ese trayecto, que al abandonar el pasado no había nostalgia, ni tristeza, ni alegría... solo una calma tranquila y sosegada. Un saber que todo estaba bien, que todo seguía el camino de ida y vuelta, el camino de la vida que estaba en todo, que sentía en ella misma, en el aire que respiraba, en la tierra que la sostenía. Sin saber como veía de otra forma las cosas, los paisajes...los colores eran distintos, todo tenía otra luz. A simple vista nada había cambiado, pero ella no se sentía igual. Se sentía un trozo de vida dejándose llevar, feliz y confiada.
El aire cálido de la noche la envolvió y se movió suavemente entre las sábanas. Abrió los ojos, pensó en el sueño, sonrió con dulzura y se entregó a la vida que, con los brazos abiertos, desde siempre la esperaba. No estaba sola, nunca lo estuvo. Clara ahora recordaba...
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