Escucho, Señor, tu voz
en los ecos del silencio
que me abrazan con susurros,
en la sonrisa de la nube
azul grisacea, tormentosa,
en las lágrimas
de la rosa
que se abre con desgana,
en el aleteo de unos párpados
soñadores, somnolientos,
en el perfil de la montaña
que en la lejanía
separa tierra y cielo.
Oigo Señor, tu respuesta
a cada pregunta formulada.
Son los pequeños detalles de AMOR
de la vida cotidiana.
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